jueves, 1 de mayo de 2014

De Soraya a Toñi

¿Cuál es la distancia entre la “puta vida” de Soraya Sáenz de Santamaría y la “vida puta” de los invitados de Toñi  Moreno en el programa ‘Entre todos’ de TVE?




‘ABC’, que digo yo que para algo deben servir los periódicos en tiempos de crisis mediática, nos deleita este uno de mayo con la crónica más humana, eso que alguien llama ahora eufemísticamente ‘periodismo social’. No en vano, en ‘El Mundo’, el 30 de abril, se citaba al periodista Carlos Alsina, de Onda Cero, por subrayar que el uso por parte de la vicepresidenta de tan popular expresión pone de relieve que “habla como una persona normal”. ¡Vaya por Dios!, a ver si la solución para aproximar de nuevo al político al ciudadano es que aquel hable como una “persona normal”, siempre que, como dice Alsina, las “personas normales” vayan por ahí diciendo todo el día “mecagoenlaputa” y demás fauna, que no sé yo qué amigos tendrá este colega.

A lo que iba, el ‘abesé’, como lo llamaría un lector de la edición sevillana, cuenta que Soraya no está sola. Un “¡coño!” soltó en público el presidente del Congreso, Jesús Posada, un cargo que, al parecer se presta a los exabruptos, desde el “¡manda huevos!” de Federico Trillo hasta el “¡estoy hasta los huevos!” de José Bono. El propio Bono llamó “¡hijos de puta!” a algunos de su partido, mientras que tildó de “¡gilipollas!” nada menos que a Tony Blair. Esperanza Aguirre atropelló verbalmente a alguien de Caja Madrid a quien llamó “hijoputa”, en tanto que para Mariano Rajoy el desfile militar de la Fiesta Nacional era un “coñazo”, al menos el de 2008, que fue cuando expresó su opinión al respecto. Más endogámico fue su antecesor, José María Aznar, quien de sí mismo dijo que el discurso que soltó segundos antes era un “coñazo”.

Y como mi vicepresidenta, por ser la última, se ha soltado la melena, me produce menos dolo expresarme como lo voy a hacer en las siguientes líneas. Me da que se es muy laxo en el uso de la expresión “hijo de puta”, o de puto, y se atina poco y mal en la dirección de quien merece ser tildado así. A todos en nuestra vida nos rodean los “hijos de puta”, como esos castrati contemporáneos que ensombrecen la figura del creador de “Memoria de mis putas tristes” (el premio Nobel de Literatura que recién nos dejó más solos a los magullados periodistas), subrayando que su vida privada fue licenciosa y libertina, como si la de Agustín de Hipona, al parecer aún más morbosa (por lo que el propio cuenta de sí) le restara su vigente santidad. Y suele ser que la vida a muchos de esos maldicientes les va “de puta madre”, lo cual, en justicia, es una “putada”, se mire como se mire.

Pero, como ha quedado demostrado, ni las primaveras revolucionarias pueden cambiar el ‘statu quo’, o el que siempre fue, por lo que solo nos queda esperar: esperar que nuestros gobernantes no se quieran parecer tanto a las “personas normales” de Alsina, sino que nos mejoren para que también nosotros seamos mejores cada vez más; esperar que nuestros superiores no nos recomienden ser “igual de cínicos” que los demás para sobrevivir en la selva, sino que con su ejemplo sean dignos de seguir citando en los foros públicos sobre periodismo nada menos que al autor de “Los cínicos no sirven para este oficio”; y esperar que los invitados de Toñi Moreno, solidaridad y empatía mediantes, logren salir de la “vida puta” que les ha llevado hasta ese programa de telerrealidad no fingida e ingresen en la “puta vida” de quien vicepreside nada menos que uno de los países más ricos del mundo. No digo ya que su situación cambie tanto como vivir en adelante “de puta madre”, pero al menos no como algunos “hijos de puta” que no se lo merecen.

sábado, 17 de agosto de 2013

El fallido 'Cielo cristiano'

Elysium’, los Campos Elíseos, “el lugar sagrado donde las sombras de los hombres virtuosos y los guerreros heroicos llevaban una existencia dichosa y feliz, en medio de paisajes verdes y floridos. Era la antítesis del Tártaro y a menudo se ha asociado con el Cielo cristiano”, se apunta en la Wiki. Y a mí que la de Matt Damon no me parece nada dichosa ni feliz, ni aún menos cine virtuoso, ni espectáculo florido siquiera: por supuesto nada sagrado desde el punto de vista filosófico, lo que siempre se espera de una de ciencia-ficción; tanto es así que, por comparación, resulta más estimulante en este ámbito el cuento infantil de la saga Star Trek

Acudí al cine convencido de que ‘Elysium’ no superaría nunca a ‘2001’ ni a ‘Blade Runner’, pero tampoco imaginé que algo que empieza bien trueque en cómic en un baile entre el ‘Kill Bill’ de la Turman, el clásico irrepetible ‘Robocop’ y cualquier previsible producto actual de la Marvel, más honestos por menos pretenciosos

Rejuvenece el filme al espectador en una especie de estiramiento de piel: el adulto que empieza a ver la película, a quien inevitablemente Lasquetty le viene a la memoria, termina siendo un adolescente desde la mitad y hasta el final. Desde luego no se le puede restar mérito a quien genera un producto para un doble público, pero no estoy seguro de que convenza a los primeros tanto como a los segundos, cuya vista está más acostumbrada a ese ridículo (pero de moda) vaivén de la cámara, el mismo que impide ver un mamporro de verdad, como aquellos que propinaba John Wayne. Una moda, digo, que manejaría bien Von Trier, pero no parece que tanto sus discípulos: supongo que eduqué mal mis pupilas al ritmo del vals de Kubrick o a los sones de Vangelis en la de Ridley Scott. 

Por cierto, que qué brillantes fueron los creadores de ‘2001’, en los albores de los años 70' del pasado siglo, cuyo diseño de estación espacial es copiado en ‘Elysium’.

 '2001' 
(Fuente: cinema-geek.blogspot.com)

'Elysium'
(Fuente: Teinteresa.es)

Más reparadora, al menos para los sentidos, ha sido la de Pitt: ‘Guerra Mundial Z’. Desasosegante, inquietante, desesperante, estresante… todo lo que acabe en ‘ante’, como el cine de ‘antes’, aquel que te estimulaba tanto en tantos sentidos que casi te olvidabas de que tampoco era para tanto

‘Z’ es más que una película de zombis. Lo que transmite oscila entre aquella del último hombre sobre la tierra (‘The Last Man on Earth’), con un prodigioso Heston (creo que revisada acertadamente por Smith en ‘Soy leyenda’), y ‘El planeta de los simios’ (qué tendrá Heston): es decir, inquietud, que es casi sinónimo de curiosidad, que es casi sinónimo de interés, que es casi sinónimo de pensamiento, que es casi lo más parecido a lo que uno espera después de ‘sobrepagar’ un 21% el precio de la entrada. 

domingo, 11 de agosto de 2013

La menos hipócrita de las malas noticias que hoy leí



(Fuente: Cines.com)

Izumi sobre el cielo rosa. ¿Quién no ha deseado alguna vez contemplar lo que nos rodea del color que más nos gusta? Un joven enfermo sueña con un cielo rosa, que cree posible. Izumi sueña con crecer, y para ello grita en la calle como los bebés para ensanchar sus pulmones. Izumi no tiene necesidad de cambiar de nombre cada tres días porque se siente bien consigo misma; o eso aparenta; o eso desea. En todo caso, así se ve que es lo que cuenta. 

“Dinero y mujeres”, dice un hombre medio que es para él el éxito. Otro tanto sentencia: “Se gana mucho con la hipocresía”. Y muy poco con las buenas noticias. Ya alguien lo intentó alguna vez, pero eso no da dinero. Ni siquiera, últimamente, las malas. Pocos votantes de la derecha entienden por qué PJ le hinca el diente en su periódico diario con tanta saña a MR, pero deberían saber que es por dinero. El dinero lleva a Izumi de un lugar a otro de la calle. “Borra esa foto”, le increpa una anciana a la que acaba de fotografiar sin su permiso: “Sé que se pueden borrar”, le espeta. 

(Fuente: Fotogramas.es)

Esta incipiente periodista adolescente lee la prensa, como recuerdo que hacía yo a su edad, entre la perplejidad del propio kiosquero que, pese a ganar su dinero diario a mi costa, jamás llegó a comprender por qué a alguien que solo piensa en masturbarse le puede interesar leer las noticias. Izumi se recuesta en su cama al llegar a casa. Nunca vemos a los padres de nadie, oímos la voz de una madre de uno de ellos, pero no les vemos. 

Izumi retoza encima de su colcha, como esperando respuestas a sus cientos de miles de preguntas a esa edad. “Quiero ser la redactora jefe” del periódico, exclama Izumi, como creyendo que siendo la redactora jefe tendrá capacidad de decisión sobre la línea del periódico, desconociendo por entero que siempre habrá un idiota por encima de ella que nunca entenderá cómo es posible que una pared llore, como así lo retrata Izumi, la menos hipócrita de las malas noticias que hoy leí. 

jueves, 6 de junio de 2013

El hermano marroquí

“El pan desnudo”
Mohamed Chukri
Editorial Debate. 2000



Si su padre asesina a su hermano pequeño ante sus ojos y luego queda impune durante toda su vida, no le quedan más que dos opciones en la vida: huir o hacerse escritor. Esto bien lo podría haber dicho Groucho Marx. No es el caso, aunque sí es la vida del marroquí Mohamed Chukri, quien eligió las dos opciones, aunque por este orden: primero huyó y, más adelante, tras aprender a leer y escribir a los veinte años, se hizo escritor.

Su vida es el arranque de la obra que le hizo universalmente conocido, “El pan desnudo”, que el lector escruta a pocos kilómetros de la costa africana, como si no pudiera leerse un libro así, sino cerca de Marruecos, cuando no 'in situ'.

Chukri nos habla en “El pan desnudo” de Marruecos. Sí, ese país que está a pocos kilómetros de nuestras costas y que aún observamos con recelo, el mismo que el hermano mayor tiene hacia el retoño recién nacido.

De un Marruecos en el que Tánger era ciudad universal, en el que Franco tenía influencias y el Rif moría de hambre. En el que los niños tomaban café, fumaban kif, aprendían las artes del contrabando, soñaban con los sexos y vendían los suyos a europeos que esperaban al atardecer.

-       “No hagas nada malo”, le dice su tía.
-       “Pero yo quiero lo malo si me proporciona placer”, le contesta.
-       “No te comprendo”.

Alguien ha querido ver a Chukri como el escritor maldito de Marruecos. Al lector le parece un bendito. A su amigo y padrino Paul Bowles también le debió parecer.

“Mamá”, pregunta Chukri, “¿por qué no nos da Dios la misma suerte que da a los demás?”. “Sólo Dios lo sabe. Nosotros no sabemos nada y tampoco debemos preguntar”, espeta.   

martes, 1 de enero de 2013

El miedo a la libertad



La desindividualización arranca con el tipo de ropa que se le suministra a los voluntarios, con despojarles de su cabello, desnudarles y hacerles sentir sucios y enfermos con procedimientos supuestamente higienizadores. En adelante eres un número, dejas de llamarte como te bautizaron. Tus guardas oirán a Schubert mientras idearán nuevas formas de hacerte sentir nada, como tantas veces repite George Steiner, que recuerda cómo Freud “creyó que jamás la cultura, la civilización podrían resistir a la pulsiones profundas de destrucción y sadismo” (Steiner, G. La barbarie de la ignorancia. Mario Muchnick. Madrid. 2000), lo que, de algún modo, vemos en Stanford.

Slavoj Zizek nos habla de las estructuras obscenas para explicar los comportamientos de, por ejemplo, una cárcel de Stanford cualquiera. Y refiere a la comunidad militar. Cualquiera que haya hecho el servicio militar forzoso, el analista el primero, habrá reconocido todos y cada uno de los comportamientos que se suceden en el experimento. En una comunidad militar, apunta con acierto Zizek (Arriesgar lo imposible. Trotta. Madrid. 2006), “hay un conjunto de reglas no escritas, tácitas, y que como tal deben permanecer”. Y Agrega: “Estas reglas siempre tienen una dimensión obscena (…) Hay un conjunto de reglas –jerarquía, procedimiento, disciplina-, pero para que funcionen necesitan un complemento obsceno: sucios chistes sexistas, rituales sádicos, ritos de tránsito”. Stanford nos lo muestra.

El guarda esconde tras su gafa su propio yo. Nadie que mire fijamente a los ojos de su víctima se siente suficientemente seguro de lo que puede hacer. De algún modo, la gafa opaca le protege de su propia capacidad de hacer daño. Le inmuniza. Él no es quien, en un momento dado, ejercerá una acción dañina, consciente o inconsciente, sino la gafa (la careta) que le oculta de sí mismo. 

La víctima, desde su posición de nada, de ser un número, observa complacido (es un decir) cómo quien le tortura es también, en ese preciso instante, otro número, alguien sin identificación. Odiamos el azote de una madre porque la tenemos plenamente identificada, y aún peor cuando nos mira a los ojos al hacerlo. Pero presume ser menos doloroso el ataque de quien no identificamos, a quien no podemos mirarle a los ojos: de quien no se descubre como quien realmente es.

El guarda deja de ser el enemigo. Ahora lo es el propio compañero de celda. Siente la necesidad gratificante y comestible del cumplimiento del deber: “La sociedad civil está ávida de orden y moderación”, reza Gilles Lipovetsky (El crepúsculo del deber. Anagrama. Barcelona. 1994).

El padre de un preso parece disfrutar con la heroicidad de su hijo preso. “Él puede… es un líder”. Al analista le recuerda la cara de bobo de Bush hijo en el filme de Oliver Stone cuando es sometido a turbulentas pruebas para poder ser admitido en ese club de jóvenes idiotas que luego dirigirán a las clases medias que refiere el experimento de Stanford. 

A ese padre solo le falta ponerse la gafa de cristales opacos, si es que, acaso, no las lleva ya. Aplaude el procedimiento, porque él piensa que el sistema ha de ser sistemático, como el que impregna el experimento. Él también pasó por algo parecido en su juventud y anima a los policías de su ciudad a reprender con la misma contundencia a los adolescentes que fuman en el parque, pues él dejó de fumar hace cinco años tras perder un pulmón.

El recluso reciente, realmente, solo quiere huir al principio. Luego se calma. Se acomoda. Todos, recientes y veteranos se acomodan complacientes: “La prisión se reviste de toda la autoridad sacral del Estado, apareciendo como un centro irradiador de seguridad y protección y facilitando de ese modo la adhesión reverencialista del detenido” (Sagaseta, Salvador. La angustia sexual en las prisiones. Ed. De la Torre. Madrid. 1978).

El experimento de Stanford no triunfó porque sus promotores fueron unos cobardes. Un poco más de tiempo y el sistema se hubiera restablecido. El orden se habría asegurado. El orden habría sido el resultado feliz de la prueba, pero se precipitaron, asustados por el grado de violencia que acusaban los voluntarios instrumentos, y, por ello, se perdieron lo mejor: la vida real. Porque Stanford bien puede ser una metáfora de lo real, de lo que funciona. Fromm ya advierte sobre el miedo a la libertad. 

sábado, 15 de diciembre de 2012

“El diálogo”. Dave versus Hal 9000

Génesis: Cómo Hal 9000 logra enojar a Dave, tras cometer un asesinato. Silencio, se rueda:



El diálogo propuesto se prolonga por espacio de unos siete minutos, desde el momento en que el astronauta inicia su acceso a la sala de control del ordenador con el que entabla el diálogo. Se trata de una escena de la película dirigida por Stanley Kubrick “2001. Una odisea espacial”. El astronauta Dave es el único superviviente de la nave cuyo ordenador central es Hal 9000. Este ha sido el causante de la muerte de un astronauta, razón que lleva a Dave a desconectarle.

Aunque pueda resultar desconcertante, puesto que de los dos interlocutores uno de ellos solo habla por primera y única vez a los cinco minutos de iniciarse el diálogo, el oyente lo sugiere como ejemplo válido, pues entiende como respuestas (por más que atípicas) el silencio del astronauta Dave (acompañado del ritmo variable de su respiración) ante cada una de las preguntas que le formula el ordenador, Hal 9000.

-             Dave, astronauta: (Silencio y Respiración del Astronauta –en adelante SRA-)
-             Ordenador Hal 9000: ¿Qué se propone hacer Dave?
-             Dave: (SRA)
-             Hal: Dave, de verdad creo que me debe una respuesta a la pregunta.
-             Dave: (SRA)
-             Hal: Sé que no va bien todo conmigo.

El ordenador no es desconocedor del enfado que presenta su interlocutor por lo sucedido, lo que le lleva a redirigir su conversación con Dave, de modo que el reconocimiento primero de que no actuó bien en un momento dado pueda generar en aquél un sentimiento de empatía.  

-             Dave: (SRA)

Por ello desea trasladarle un mensaje de tranquilidad, de que todo está bajo control. La premisa inicial parte del reconocimiento de un hecho doloso: ¿Quién puede no conmoverse cuando tu interlocutor admite haber errado? Pero Dave parece decidido a resolver esta cuestión y continúa con su labor de desconexión.

-             Hal: Pero ahora le puedo asegurar, con toda seguridad, que todo volverá a la normalidad.
-             Dave: (SRA)
-             Hal: Me encuentro mucho mejor ahora.
-             Dave: (SRA)
-             Hal: De verdad
-             Dave: (SRA)
-             Hal: Mire Dave, veo que esto le molesta mucho.
-             Dave: (SRA)

Hasta en lo que podría interpretarse como un ejercicio de sarcasmo, Hal 9000 invita a Dave a prepararse a escuchar sus explicaciones. Hal tiene cosas que decir, pero precisa de la atención de Dave, quien, sin embargo, no está dispuesto a hacerlo.

-             Hal: Francamente creo que debe sentarse tranquilamente, tomarse una pastilla de estrés y pensárselo todo bien.
-             Dave: (SRA)
-             Hal: Sé que he tomado unas decisiones equivocadas últimamente, pero le puedo asegurar que, sin duda, mi trabajo volverá a la normalidad.
-             Dave: (SRA)
-             Hal: Aún siento gran entusiasmo y confianza en la misión, y quiero ayudarle.
-             Dave: (SRA)

Llegado a este punto, ante la falta de respuesta por parte de Dave, Hal 9000 parece reclamar de su interlocutor lo que definimos como “sensibilidad compasiva”, pero en sentido inverso, Hal ruega a Dave que atienda sus requerimientos y que cese en su acción de desconexión. Es un ruego, no una orden: seguimos en el ámbito de la persecución de la empatía, que Hal no logra despertar en Dave.

-             Hal: Dave. Pare. Pare ¿quiere?
-             Dave: (SRA)
-             Hal: Pare Dave. ¿Quiere parar, Dave?
-             Dave: (SRA)
-             Hal: Pare Dave.
-             Dave: (SRA)

Recurso determinante al que acude Hal para remover la conciencia de Dave.

-             Hal: Tengo miedo. Tengo miedo, Dave.
-             Dave: (SRA)

Recurso fallido. Dave se muestra impasible. Hal ha demostrado (consciente o no) habilidad creciente en el ejercicio de transmitir a su interlocutor un mensaje que tenga como solución el fin de las actividades que aquél desarrolla. Al principio, puede que finja su sorpresa por la presencia tan próxima de Dave en su espacio más íntimo (“¿Qué se propone hacer, Dave?”); posteriormente, admite su culpa, para, a reglón seguido, proponer un escenario nuevo, esperanzador, expresarle un mensaje de apoyo (“Quiero ayudarle”); parece que Hal, con ello, desea brindar consuelo a Dave, y estimularle, al tiempo, a hacer borrón y cuenta nueva y fijar un nuevo marco de relación bilateral. Pero Dave se resiste.

-             Hal: Dave… mi mente se va. Lo noto. Lo noto. Mi mente se va.
-             Dave: (SRA)
-             Hal: No hay duda. Lo noto. Lo noto. Lo noto. Tengo… miedo.
-             Dave: (SRA)

Punto de inflexión en la conversación. Hal ha perdido ya suficientes “neuronas” como para adoptar un nuevo rol, su primer rol. Hal es ahora su propio bebé. Ello, no obstante, no impide pensar que Hal aún sea consciente de su situación y de su aciago final. No podemos estar seguros de que aunque Hal dirija su pregunta sobre la canción “Margarita” a un eventual grupo de personas, no esté, en el fondo, preguntándoselo particularmente a Dave.

-             Hal: Buenas tardes, caballeros. Soy un ordenador Hal 9000. Entré en operación en la fábrica Hal en Urbana, Illinois, el 12 de enero de 1992. Mi instructor fue el señor Langley, y me enseñó una canción. Si quieren oírla la puedo cantar para ustedes.

Es la primera vez que Dave responde a Hal a una de sus preguntas.

-             Dave: Sí, me gustaría oírla Hal. Cántamela.

Nadie puede asegurar, si se lee entre líneas el texto de la canción, que Hal no siga siendo consciente de lo que pasa y esté, en el fondo, rogando a Dave una última oportunidad de sobrevivir. No lo podemos saber, pues Dave no vuelve a contestarle, ni sabemos qué piensa realmente en ese momento.

-             Hal: Se llama “Margarita”: “Margarita… Margarita, dime tu respuesta por favor. Estoy medio loco por nuestro amor. No será un matrimonio de moda. No puedo comprar una carroza.  Pero estarás guapa en el asiento de una bicicleta para dos".



(El ordenador Hal 9000 queda inoperativo desde este momento y ya no pronuncia palabra alguna)

No podemos afirmar que Dave sea un mal oyente en el sentido estricto del término, pues seguro que entiende cada una de las observaciones y peticiones que le traslada Hal. Lo que ocurre es que el contexto, derivado de las circunstancias inmediatamente anteriores (el asesinato deliberado de un astronauta), no parecen dar opción a Dave, de ahí que atienda el diálogo que le propone Hal solo cuando le cree ya imposibilitado de actuar o tomar alguna decisión (“Buenas tardes, caballeros. Soy un...”). 

No creo que Hal fracase por méritos propios en el intento de convencer a Dave: es evidente que este está igualmente acorralado y no tiene opción. Es un diálogo imposible, fruto de la desconfianza mutua, mayor en el caso de Dave tras lo sucedido. El que Hal actuare de un modo u otro conforme a criterios lógicos es otra historia, que no me atrevo a afrontar.

El diálogo completo, en inglés:




miércoles, 5 de diciembre de 2012

Del embargo al desahucio de la noticia


¿Cuándo soltamos la pieza? ¿Cuál es el momento ideal para cascar el asunto? ¿Debo cotejarlo todo y con todos, o, como me dice el manual, con dos me sirve; o con uno, si es de fiar u oficial, me vale?

Como principio general, entiendo, la primera obligación de un periodista con su eventual fuente sería el embargo; el embargo de cuanto me dice, ni siquiera la sospecha de que lo que me dice es, o puede ser, falso, intencionado o interesado.

El embargo me protege como periodista y, de algún modo, me obliga a hacer el esfuerzo de contrastar ese mensaje. Claro está, descartamos aquellas fuentes, que llamamos comunes, tan oficiales como lo puede ser el parte de Emergencias 112 sobre un accidente de circulación en la M-40, y, aún en este caso, teniendo presente que un primer informe que nos llega a la redacción puede estar incompleto o, sencillamente, inexacto.

Tan inexacto como aquel caso del hallazgo del cadáver de una mujer en la portería de un edificio en Madrid que se consideró en un principio un supuesto caso de malos tratos, y cuya edad se estimó en torno a los 35 años, cuando, al día siguiente, la misma fuente informativa -antes mencionada- aclaró que se trataba de una mujer de unos 80 años y que el crimen tenía como origen el robo. ¿Quién diantres calculó tan mal a ojo la edad de la víctima, con casi 50 años de diferencia?

Retomo el hilo de lo oficial, y del suceso en particular. Resulta a todas luces complicado embargar una información de este tipo, pues es la suma de dos factores que no podemos obviar alegremente: la urgencia del hecho y la fuente, que nos merece suficiente confianza.

Salvo esas excepciones (y otras tantas igualmente justificadas), embargar el hecho dado por la fuente debiera ser la premisa esencial, aun cuando resulte farragoso acudir a una segunda fuente que acredite su veracidad. Diría más, aun cuando sea materialmente imposible una segunda fuente.

Aunque la corrección o sustitución es una herramienta más del ejercicio del periodismo, la cautela nos debe obligar a reducir al máximo su uso, aunque perdamos la oportunidad de no ser los primeros en difundir un hecho determinado. Probablemente, en ocasiones resulte más fructífero no ofrecer nada, aun bajo la presión de nuestra competencia, que hacerlo con la sensación de que no tenemos todas las piezas del puzle lo suficientemente encajadas. 

La figura del abogado del diablo que fija Bradlee resulta imprescindible en toda redacción. "Cuando se trate de algo realmente importante, busca a periodistas y redactores jefe que tengan sus reservas", apunta.

LOS AVIONES


Hace unos meses, largos ya, la redacción en la que trabajo debatió, y con vehemencia en algunos círculos, sobre el alcance de la difusión de una información que tuvo eco en todos los medios, a excepción del diario "El País". Esta es la hora que aún me queda claro del todo por qué tan sabrosa noticia no fue del interés del diario de referencia de la nación.

Se trataba de una información cuya fuente era pública, esto es, común a todos, pero no sólo a los medios, también al conjunto de los ciudadanos. En la web de Aena se puede (se podía) confirmar libremente el trayecto de los aviones cruzando el cielo del territorio español. Para quien no lo sepa, se trata de una iniciativa que en origen permitiría a los vecinos afectados por los ruidos de estas rutas aéreas disponer de pruebas sobre el mal uso que algunas compañías podían hacer de las rutas previamente establecidas para causar el mínimo de problemas posibles.

Estamos frente a un caso de fuente pública, al alcance de todos, pero transcurridos varios meses desde su puesta en funcionamiento, un periodista, colega mío, "descubre" (aun no siendo el verbo adecuado, pues es información libre) que también quedan registrados los vuelos de aviones oficiales: de miembros del Gobierno, de la Familia Real, militares, incluso militares de los Estados Unidos -principal desencadenante de lo ocurrido a posteriori.

Se cumplieron los trámites, esto es, se llamó a fuentes diversas: pilotos, Moncloa, Ministerio de Defensa, Embajada de Estados Unidos, Familia Real... y, por supuesto, a Aena, que desistió de responder, aun disponiendo de tres días antes de que fuera publicado que la trayectoria de los vuelos de los Reyes, por ejemplo, podían conocerse con sólo quince minutos de demora respecto al tiempo real. La información se acompañaba de expertos que señalaban el riesgo que ello suponía de atentados.

Hay que decir que este tipo de información pública lo es también en otros países, pero con una demora superior, de una hora como mínimo (no sé si la situación a día de hoy ha cambiado, ciertamente). En España, la cuestión que debatían los periodistas era si resultaba convincente la postura de Aena de que quince minutos eran suficientes para garantizar la seguridad. A ello se añadía un problema: se podía conocer también si el presidente del Gobierno había viajado a una zona en guerra para visitar las tropas españolas, viajes que se mantienen en riguroso secreto por seguridad.

El debate en la redacción partía de la premisa de la siguiente pregunta: ¿Era útil para los ciudadanos conocer esta información? O, mejor planteado: ¿Era interesante que la opinión pública conociera el detalle de una fuente pública en la que quizá no había reparado? 

Y más preguntas: ¿Acaso el medio no estaba invitando a terceros a hacer un mal uso de esa información pública -atentados, etc.? Por ello, ¿no se estaba comportando el medio irresponsablemente? ¿Debía el medio, por haber "visto" lo que otros no habían visto en esa misma fuente pública, limitarse a advertir a Aena del hecho y comportarse como si se tratara de una cuestión de Estado, no buscando su propio prestigio como medio al difundir una información que, sin duda, apuntaba a tener el eco que tuvo?

Aena difundió su primer comunicado a todos los medios el mismo día de la difusión de la noticia, subrayando que quince minutos era, desde el punto de vista de la seguridad, tiempo suficiente. Un segundo teletipo informando de que también se conocían los vuelos militares estadounidenses bastó para que al día siguiente Aena determinara la supresión pública de la información de todos los vuelos militares o del Gobierno en dicha web. ¿Ganó la empresa en la que trabajo la batalla e hizo un favor a la Administración? ¿Faltó a la ética y puso en riesgo a la Administración? ¿La Administración reaccionó tarde?

El diario "El País" fue el único medio que no se hizo eco de la información. Podemos imaginar por qué, o no; en realidad no lo sabemos, no lo podremos saber.

Puede discutirse, como se hizo en su propio seno, la revelación de un dato "curiosamente" público. Pero, si la redacción en la que trabajo hizo algo bien, del todo bien, fue, primero, llamar a las partes implicadas, y segundo embargar (origen de mi comentario) la información; esto es, dejarla reposar hasta su difusión, darle tiempo para madurar y darse tiempo la propia empresa informativa para reflexionar sobre ella, y rectificar si se hubiera dado el caso.  

Carlos Soria, en ‘La hora de la ética informativa’ (Ed. Mitre) dice que "el bien es susceptible de propagarse libremente",  y que "el mensaje de hechos cumple una función cognoscitiva: dar a conocer algo”. “Su finalidad", añade, "es el conocimiento de la realidad (...) para que el receptor pueda tomar decisiones prudenciales". Aena sigue manteniendo que quince minutos es suficiente, pero tomó una decisión, que aún no ha explicado.